Recuerdo las gotas que,
como estrellas fugaces
caían desde tu paraguas.
Tu sonrisa era perfecta,
iluminaba la calle tu mirada
y las aceras
se hacían eco de tus pasos.
Recuerdo tu voz,
mucho más dulce
de lo que esperaba
y el miedo
en mis manos temblorosas.
Recuerdo el aire distinto del bar
la primera cerveza
la luz ténue, los poemas.
Las charlas de psicología
y la física de plasmas.
La fusión de una mirada
un instante, un segundo.
Quizás sólo fuera
el saludo de dos almas profanas
y, porque no, atormentadas
que reconocieron al verse
letras de vidas segmentadas.
Recuerdo al salir
las farolas iluminando
las calles vacías y mojadas
y mi sombra correteando
entre los pies.
Recuerdo que hace mucho
que ya no tenía ganas
de vivir el mundo,
de comerme el mundo,
hasta ver la luz...
Esa espectacular luz
insurgente
que no teme a nada
ni a nadie.
Esa luz que yace
en lo más profundo de tus ojos
entre las sombras de tu alma.
Recuerdo
que no quiero recordarte
sino vivirte
como la más lejana
aurora en el cielo.
Como el sueño
del que no quieres despertar,
cuando llega la mañana.