Cada mañana te veo
cuando se empeña en recordarte
la pantalla del metro
pero no es mi culpa
ni la de nadie
que fuera en Quevedo
donde me encontrases.
Que ya no se como escaparme
de este augurio inexplicable
esta playa sin mar
este semáforo sin malabares.
No se como explicarte
que soy un pobre reo
sentenciado a vivir sin ti.
Que son los defectos especiales
de este microfilm cobarde
que grabo en los aeropuertos.
Que me tienen atormentado
las dos cadenas que cuelgan
doblegadas en mi cuello.
Que tu olvido no tiene fin,
que nunca llega,
que hoy desarmo esta contienda
de garabatos indelebles en la piel.
Que en el fondo de mi cartera
se pierden los sueños y la fe.
Que sin ti no tengo nada que perder
que ya no me asusta la carretera
que vivir sin ti no es morir
es caer en la trinchera
y no poder salir.
Que a ratos brotan de mi cabeza
pájaros de alas negras.
Y el mundo sonríe
y el mundo es un hipócrita
un renegado que se cree asceta
un soplagaitas amargado
que ya no me canta las cuarenta.
Un beodo triste y amargado
que llora por las esquinas
de los bares que frecuentas.
Un lugar lleno de charcos
que mojan pero no ahogan
un oscuro redil de la memoria
de haberte tenido en mis brazos
de haber sentido tu calor,
tu voz en mis huesos,
tu locura transitoria...
Y ahora no me importa esperarte
que todavía me quedan
cinco vidas para amarte.
Y los problemas que resuelvas
serán juez y parte
de la Luna que
te vio marchar aquella tarde.
Que te quiero
y no me da miedo
mancharme las manos
al escribirte este poema
arrancado de mi propia sangre.
Y ahora me callo
ya está bien de esconderme
tras este papel macilento,
ya habrá tiempo para hablar
y arrepentirme de no haberlo hecho antes.